El verdadero origen de los Baskos:

La primera Humanidad

 

Jorge María Ribero-Meneses

 

Índice:

Dedicatoria

Pórtico

Hacia la creación de la Federación Hibérica

Introducción

La manipulación de la Historia

La formación de Europa

La extinción de los dinosaurios

Los primeros Neanderthales

El origen "africano" del Homo Sapiens

Al servicio del Poder

 

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Dedicatoria:

 

Se llama Paul Heinrich Koch y acaba de publicar en Ediciones del Bronce de Planeta su último libro, La historia oculta del mundo. Como escribo en algún punto de esta obra, no me consta si se trata de un autor alemán o, en cualquier caso, de muy próxima filiación germana. Lo que sí tengo perfectamente claro, y por eso le dedico este libro, particularmente importante en mi bibliografía, es que mi querido y admirado Herr Koch, como él gusta llamarse, es un buscador infatigable de la verdad que, en su particular y libérrima singladura, llegó a tener noticia de mi empeño por descifrar los orígenes de la Civilización y de la Humanidad y buscó la forma, que no es tan sencilla, de ponerse en contacto conmigo. Todo esto sucedía allá por los años 2003-2004 cuando yo residía en la bellísima La Granja de San Ildefonso... Años duros, años tristes, pero en cualquier caso, años hermosos.

 

Se acercó a mí con todas las reservas y cautelas del mundo, temiendo que pudiera ser uno más de esos iluminados o soñadores que conciben tesis más o menos pintorescas y peregrinas, pero no tardó en comprobar que lo único que me diferencia de cualquier profesor, investigador o catedrático de cuantos en el mundo son, es que la inmensa mayoría se limitan a repetir, a lo largo de toda su vida, lo que han aprendido desde la infancia, en tanto que yo, que desde muy joven sometí a la criba de la más despiadada crítica, todo cuanto se me había enseñado, postulo y defiendo todo lo contrario de lo que aprendí y de lo que todos hemos creído siempre, habiéndome cabido el rarísimo privilegio de poder presenciar en vida cómo la inmensa mayoría de mis tesis, tenidas por demenciales hace sólo veintitrés años, se han visto ya rotunda y hasta espectacularmente refrendadas por los hallazgos arqueológicos, por las evidencias aportadas por la Genética y por los resultados de los estudios de otros investigadores, en su mayoría no españoles. Pedir lucidez a los intelectuales y humanistas españoles, paradigma de la más tenebrosa ceguera, es algo así como pedirle peras al olmo. Así le luce y le ha lucido siempre el pelo a la Ciencia española, en un país lastrado por la pereza intelectual, por la envidia, por la mediocridad y por la dramática ausencia de un espíritu de trabajo digno de tal nombre.

 

Herr Koch vislumbró bastante de todo esto desde el primer instante y entendió en seguida lo que es absolutamente obvio. Que soy sólo español por accidente y que mi forma de ser, de vivir, de pensar y de trabajar entroncan con la de aquellos intelectuales centroeuropeos (que, por desgracia, empiezan ya a brillar por su ausencia), comprometidos hasta las últimas consecuencias en la búsqueda y en la defensa de la verdad y del librepensamiento y dispuestos a afrontar cuantos quebrantos, persecuciones y anatemas pudiera depararles su compromiso con los más esclarecidos (e infrecuentes) valores éticos.

 

Desde nuestro primer encuentro hemos sido amigos, en la más precisa y hermosa acepción de esta palabra. Porque Herr Koch ha elegido, a su manera, un camino muy similar al mío y porque, empeñado también en rastrear la verdad y en denunciar el engaño, viene escribiendo una serie de libros cuya mayor virtud es la de contribuir a despertar la inquietud intelectual de quienes beben en ellos. Porque pone en evidencia hasta qué punto son falsas o, por lo menos, endebles e inconsistentes, la mayor parte de las verdades sobre las que se asienta el mundo contemporáneo. Sí, ese mundo que se jacta de ser más libre y de estar mejor informado que todos los mundos que nos han precedido, cuando lo único cierto es que se trata del mundo más manipulado y más falso que haya existido jamás, empeñado además en algo tan descarnadamente perverso y tan detestable como que todos pensemos de la misma forma, vistamos de la misma forma, obremos de la misma forma y, por supuesto, nos conduzcamos de la misma forma aceptando las estólidas reglas del juego que la mayor maldición que jamás haya caído sobre la Humanidad, la clase política, nos ha impuesto.

 

Herr Koch, como yo mismo, lleva en la sangre el espíritu de los auténticos revolucionarios europeos que, lejos de perseguir el poder y de convertir a los ciudadanos en un juguete al servicio de sus objetivos, han luchado hasta la extenuación para conseguir, simplemente, que la sociedad piense y actúe libremente, sin plegarse a credo religioso o a organización política alguna y guiándose por el único dictado al que todos deberíamos someternos: el de la Razón. Que es, en definitiva, el mayor de todos los valores que los seres humanos recibimos al nacer y el único que, precisamente, nos hace humanos. Léase, seres pensantes que obran de acuerdo con lo que la razón dicta. Nada más lejos, hoy, de la realidad...

 

No le dedico este libro porque sea un escritor amenísimo y fecundo. Ni porque me haya consagrado una atención especial y preferente en el libro antedicho. No. Si he querido dedicarle este libro -teniendo además en el recuerdo, en este momento, a dos baskos admirables, José María de Areilza y Koldo Urrutia, y a un cántabro-basko que apunta maneras semejantes a las de Herr Koch, Guillermo Pikero- es porque este escritor de inequívoca estirpe germana ha elegido el más admirable y difícil de todos los caminos posibles: el de la búsqueda de la verdad a cualquier precio, incluso el de la renuncia a la placidez de una vida más o menos confortable, sin mayores ideales que los de medrar, disfrutar... y vegetar. Que son los parámetros en los que se desarrolla hoy la vida de la inmensa mayoría de los mortales. Tristemente. Lejos ya los tiempos en los que se vivía para trabajar, para luchar por la verdad y por la justicia y, en definitiva, para conseguir que las cosas fueran, sean, mejores de lo que son. Valores que hoy, en el mundo de la idiotización global al que se nos está conduciendo, brillan cegadoramente por su ausencia.

 

Gracias, Herr Koch, por tu inquietud intelectual, por tu valentía y, también, por tu hermosa y valiosa amistad.

 

 

 


Pórtico

 

Hacia la creación de la Federación Hibérica

 

La Constitución Española consagra como definitiva e inamovible la actual estructura autonómica del Estado Español, pero ésta es una más de las cosas que habría que modificar en una Constitución que ha diseñado un mapa autonómico que constituye una de las chapuzas más monumentales de la Historia de España, carente por completo de rigor histórico y de la más elemental sabiduría. Y todo ello porque el tan ponderado mapa autonómico español fue apañado (no encuentro otra palabra más apropiada) por una camarilla de políticos mediocres, fuertemente presionada por varias camarillas de políticos aldeanos que, obsesionados por ser cabeza de ratón antes que cola de león, movieron Roma con Santiago para conseguir que determinadas Provincias que jamás habían configurado Regiones, se convirtieran en tales por real decreto y porque -son los casos de Cantabria y de La Rioja- se amenazaba veladamente con pedir la incorporación a Euskadi en el supuesto de que no se aceptase su segregación de la odiada Castilla... Y los políticos de Madrid, que son una de las peores maldiciones que han caído sobre la historia de España, se plegaron a esos chantajes y acabaron accediendo a que nacieran Comunidades como las mencionadas, que carecen de la entidad geográfica y poblacional necesaria y que, debido a ello, han acabado entronizando como Presidentes Autonómicos a políticos sin talla alguna y tan absolutamente impresentables como el riojano Pedro Sanz, responsable máximo del fraude de la cuna riojana del castellano en el que embarcó a José María Aznar, o como el Presidente consorte y sin votos de Cantabria, Miguel Ángel Revilla, cuyos únicos méritos conocidos son los de ser el mayor plagiador de la Historia, acudir en taxi al Palacio de la Moncloa o no perderse ni una sola romería de las muchas que se celebran en Cantabria y en las que comparece, obviamente, no por devoción sino para embaucar con su populismo de cantina a todos los lugareños cántabros y conseguir, de este modo, que voten a su patético partido político, el Partido Regionalista de Cantabria.

 

Todo cuanto antecede resultó posible porque los políticos madrileños se hicieron asesorar por una serie de historiadores y eruditos tan flacos de ciencia como henchidos del afán de complacer a sus patronos. Y los políticos de aldea -que con su pequeñez y con su espíritu rahez han condicionado la correcta articulación autonómica del Estado Español-, hicieron lo propio: recabaron el concurso de historiadores locales que no tienen ni idea de nada, procurando recompensar con extraordinaria generosidad todos sus Informes, emitidos -huelga decirlo- en la dirección y el sentido que convenía a las pretensiones de quienes los encargaban.

 

Quienes preconizaron el nacimiento de las Comunidades de Murcia, La Rioja y Cantabria, así como quienes lucharon, por fortuna sin éxito, por la segregación de León y de Segovia, supieron aprovechar en su beneficio el estado de absoluta confusión que presidió el apresurado y torpe proceso de diseño del Mapa Autonómico. Y así, fieles a la vieja tradición hibérica de los Reinos de Taifas, atribuyeron a sus territorios una singularidad histórica inexistente, sin otro afán que el de procurarse un poder omnímodo en ellos, liberados así de la incómoda dependencia de instancias autonómicas superiores.

 

Se ha falseado deliberadamente la Historia para acreditar unas Comunidades Autónomas que jamás fueron tales, pues si Murcia es una prolongación de la Región Valenciana, la minúscula Rioja no puede entenderse sin sus vecinas Nabarra y Aragón. Especialmente sin la primera, a la que ha permanecido unida buena parte de su historia, antes de quedar vinculada a Castilla, de la que también es hermana. En el caso de Cantabria, su remotísima historia, fundida SIEMPRE a la de BIZKAYA, ha discurrido paralela a las de Asturias y Castilla. Especialmente a aquella primera Castilla del Alto Hebro a la que se halla inseparablemente unida por vínculos geográficos, históricos, lingüísticos y de toda índole.

 

España es un país con una irrefrenable propensión a desmembrarse en reinos de taifas. De hecho, Portugal, que siempre ha sido y será una parte de la Nación Hibérica, es uno de esos reinos que hizo fortuna merced a las disensiones que en un momento determinado padecía Castilla. Y traigo a colación aquí estas lúcidas palabras del poeta portugués Almeida-Garret: Españoles somos y de españoles nos debemos preciar cuantos habitamos la Península Ibérica. O estas otras del santanderino Marcelino Menéndez Pelayo que, de haber vivido hogaño, habría estado tan en desacuerdo como yo con la condición autonómica de Cantabria: Decir España y Portugal es tan absurdo como si dijéramos España y Cataluña. A tal extremo nos han traído los que llaman lengua española al castellano e incurren en otras aberraciones por el estilo.

 

Todas las cuestiones de índole territorial deben ser contempladas con una amplísima perspectiva histórica. Porque los países no se gestan en siglos sino a lo largo de milenios. Y no digamos ya en el caso de las regiones más viejas del planeta, que son éstas a las que vengo refiriéndome. Por eso es ridículo que muchos Baskos propugnen una ruptura con el resto de las regiones hibéricas, cuando son justamente ellos los descendientes de los primeros pobladores de España. La solución no es ésa. La solución no radica en incidir, una vez más, en lo que ha constituido el más endémico y grave de todos los males que ha padecido y que padece la Península Hibérica: el del espíritu disgregador. La solución, a mi juicio, debería pasar por el anhelo de llegar a recuperar el viejísimo concepto de la Nación HIBÉRICA, dotada de una estructura federal e integrada por una serie de países o de comunidades históricas sólidas y dignas de tal nombre:

 

Euskalerria-Nabarra-Cantabria-Asturias ~ Castilla-León-Extremadura ~ Galicia-Portugal ~ Aragón-Cataluña-Valencia-Murcia-Baleares ~ Andalucia-Ceuta-Melilla ~ Canarias.

 

Esto es lo real, lo que la Historia nos ha legado. Lo que existe es sólo eso, un apaño modelado por la clase política. La de hogaño y las de antaño. Por gentes como las que se inventaron la Provincia de Santander, a base de robarle una serie de pedazos a Asturias y a las provincias castellanas de Burgos y de Palencia. Y ya antes, otros cretinos del mismo cuño habían separado Santander de Bizkaya, alimentando incluso una fobia absurda entre sus habitantes..., que todavía perdura y sigue viéndose nutrida por gente descerebrada. Y es que la construcción y exaltación de los sentimientos nacionalistas ha sido obra de un clero ignaro, deseoso de ganarse el fervor y el favor de la población, así como de acumular poder. Nadie que posea un mínimo conocimiento de la Historia, osará poner en tela de juicio que ha sido y sigue siendo el clero católico el artífice principalísimo y el más celoso cultivador de los sentimientos nacionalistas, tanto en Irlanda como en el País Basko o en Cataluña. Sin embargo, la solución no es nunca restar, sino sumar... Bienvenidos sean, pues, los nacionalismos que tienen como principal afán el de trabajar para engrandecer y mejorar un país. En este sentido y siendo castellano, puedo enorgullecerme de haber sido en mi juventud el catalanista más contumaz, luchador como ningún Catalán en pro de la Cultura y del Patrimonio de Catalunya. Y ya en mi madurez y desde que en 1984 descubriera que la Humanidad nació a orillas del Cantábrico y que, desde hace decenas de miles de años se expresa en una lengua de la que el Euskera es su más fiel heredera, el baskista más exacerbado que pueda concebirse, luchador hasta la extenuación por la Lengua y la Cultura de los Baskos. Bienvenidos sean los nacionalismos enaltecedores, y malditos aquellos otros, de pacotilla, que se limitan a explotar los sentimientos más primarios, elementales y a la postre funestos que alientan en el ser humano, nutriéndose de la misma savia que ha mantenido a Europa en una guerra permanente a lo largo de la mayor parte de su Historia. En unos casos por mor de los delirios imperialistas de personajes -todos ellos exacerbadamente nacionalistas- como Hitler, Stalin, Napoleón, Carlomagno, Julio César o Alejandro Magno... Y en otros debido a la ambición de poder y de medro de quienes saben que invocando cada día ante sus gobernados el sagrado nombre de su terruño, conquistarán su simpatía y... su voto.

 

La creación de la Nación Hibérica o, para evitar susceptibilidades, de la Federación HIBÉRICA, zanjaría para siempre toda la dialéctica territorial que viene padeciendo España desde hace siglos, acabando con esa supremacía de Castilla que tan perniciosa ha acabado resultando y consagrando la absoluta igualdad de todas las regiones o países integrados en ella. Lo que quiere decir que, para empezar, habría que desterrar para siempre la idea de la capitalidad única, localizada en una ciudad de Castilla, Madrid, sustituyéndola por la de varias capitalidades que, de manera rotatoria, irían ostentando la capitalidad principal. Algo semejante a lo que viene sucediendo con la Presidencia de la Comunidad Europea. Y ocioso es decir que Barcelona, Bilbao, Lisboa, Madrid, Burgos, Sevilla, Valencia y Zaragoza deberían ser las ciudades que de forma sucesiva fueran ejerciendo como capitales de la Federación Hibérica que propugno y que el sentido común acabará imponiendo más tarde o más temprano en la medida en que, por otra parte, vaya siendo universalmente reconocido que todas las regiones o países que configuran la Península Hibérica comparten el enorme privilegio de haber acuñado la Civilización y de haber servido de cuna para los primeros seres humanos. Sobre este asunto tratan las páginas de este libro y nadie que las haya leído podrá volver a especular jamás sobre estas materias, al quedar definitivamente probado en ellas que todos los pueblos de Hiberia comparten un origen idéntico y que, entre todos ellos, el pueblo Basko ha sido el que con más ejemplar fidelidad ha sabido preservar las más viejas esencias de la Nación Hibérica, habiendo conservado también aquella lengua primitiva, el Euskera, para la que, como auténtica matriz de todas las lenguas, vengo reclamando desde hace algún tiempo el reconocimiento como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.

 

 

 


Introducción

La manipulación de la Historia

 

 

Una de las conclusiones más dramáticas a las que puede llegar un ser humano, es la de que la honradez brilla por su ausencia, tanto entre aquellos que nos gobiernan como entre aquellos a quienes cabe el honor y la alta responsabilidad de enseñar a los demás. Porque cuando se descubre que la mentira y el engaño no son la excepción sino la regla del comportamiento de aquellos que, en definitiva, rigen y dirigen a la sociedad, la propia fe en el género humano se resquebraja y una desazonante sensación de impotencia y de desaliento se apodera de nosotros.

 

Veintitrés años de exhaustivas investigaciones históricas me han enseñado, dolorosísimamente, que la versión de la Historia que de dos mil años a esta parte se ha ido transmitiendo, celosamente, de generación en generación, es un cúmulo impresionante de mentiras en el que resulta difícil encontrar algo que no se haya visto manipulado y tergiversado. Y es que, al igual que hemos podido constatar recientemente en el delirante y aberrante episodio de la guerra de Irak, es una constante de la Historia la de que todos aquellos que han copado y ocupado el Poder han convertido a la verdad en una herramienta más al servicio de sus intereses, haciendo con ella lo que les ha venido en gana y supeditando a su conveniencia lo que el conjunto de la sociedad debe y no debe saber y conocer.

 

Suelo repetir, para asombro de quienes me escuchan, que TODO cuanto se nos ha enseñado desde la infancia, tanto en relación con la Historia como respecto a la Religión, es absolutamente falso y que, por consiguiente, todo nuestro edificio intelectual se asienta, no ya sobre los pilares de la ignorancia sino, lo que es muchísimo más grave, sobre los del error. Porque quien no sabe nada, está abierto a recibir sin reservas el maná del conocimiento, mientras que quien cree saber algo se aferra a ello desesperadamente, hasta el punto de estar dispuesto a sacrificar su vida por la defensa de esas ideas y creencias que le han acompañado desde su infancia. En realidad, la mayoría de las guerras que ha padecido la Humanidad han tenido ese caldo de cultivo. O mejor debería decir que siguen teniéndolo, si pensamos en el despropósito de Oriente Medio, con Árabes y Judíos desangrándose en la disputa por una supuesta Tierra Santa que tiene tanto de Histórica y de Santa como puedan tenerlo Corea o Senegal, al no haber sucedido en ella NADA de cuanto se dice que ocurrió hace dos milenios. Es decir, que centenares de miles de seres están perdiendo su vida en aquella región, por una mentira que ha arraigado con tal fuerza, que todos o la mayoría están dispuestos a dar su vida por ella. Resulta desolador.

 

Los Europeos solemos presentarnos como los individuos más civilizados del planeta, incapaces de caer en los fanatismos y en la visceralidad de otros pueblos menos desarrollados cultural y económicamente..., lo que no ha sido óbice para que las guerras más sangrientas y crueles que ha conocido la Historia hayan tenido a Europa como escenario. En consecuencia y precisamente por esa aureola de defensores a ultranza de la Libertad, de la Democracia, de la Justicia y de los Derechos Humanos de la que nos hemos rodeado los pueblos de la Europa Occidental, las gentes del resto del mundo dan por supuesto que existe un celo parecido, entre nosotros, por profundizar en la búsqueda de la verdad y, se sobrentiende también, por defenderla hasta las últimas consecuencias.

 

Es cierto que a lo largo de la Historia algunos rarísimos intelectuales europeos han consagrado sus vidas a la búsqueda de la verdad, llegando incluso a dar su vida por defenderla (Miguel Servet, Giordano Bruno...), pero esos adalides de la supremacía de la Razón sobre todas las cosas han sido seres excepcionales a los que la mayoría de los Europeos ni siquiera conocen y cuyo compromiso ejemplar con la defensa de la verdad ha tenido escaso seguimiento en un continente que ha vivido encenagado, durante la mayor parte de su historia, en el lodazal de los fanatismos religiosos y nacionalistas. Lodazal del que, por desgracia, todavía no ha salido.

 

 

 

La formación de Europa

 

Dos de las cadenas de Televisión más solventes del mundo, la británica BBC y la francesa ORF, han producido un extraordinario documental sobre el proceso de formación del continente europeo, reconocido con acierto como el más singular y diverso de todo el planeta. Documental en el que con mayor o menor rigor se trata de reconstruir la fascinante historia geológica de Europa desde hace centenares de millones de años, cuando -se dice- este continente permanecía fundido al americano a la altura del Ecuador y gozando, por ende, de un clima en consonancia. La deriva de los continentes desgajaría a Europa del bloque continental del que formaba parte, produciéndose a partir de ese momento su bien conocido distanciamiento de América, por mor del progresivo ensanchamiento de la fosa formada por el Occéano Atlántico. (Océano -sinónimo de Occidente- es un término incorrecto).

 

Construido el documental en cuestión -Europa Salvaje es su título- desde una óptica netamente gala y anglosajona, se da por sentado que la Península Hibérica formaba parte de África y que el progresivo acercamiento de este continente al europeo fue el que dio origen a la eclosión del Macizo de los Alpes y de toda la cordillera que recorre el Norte de España, desde Cataluña hasta Galicia, y cuyo nombre genérico fue siempre el de Montes Perineyos o Pirineos. Todo lo cual es rigurosamente cierto, salvo en un punto fundamental: la Península Hibérica tiene un origen insular y todos los estudios que se han realizado la sitúan fundida también, originariamente, al continente americano, bien que no a la altura del Ecuador sino de la costa septentrional de Norteamérica. Desde aquella posición originaria, Hiberia = Hespania habría navegado al pairo por el Atlántico, hasta quedar varada entre África y Europa. De todo lo cual no se dice una palabra en tan riguroso, serio, científico... y costoso documental. No es, pues, África la que choca con Europa, sino la antigua ISLA de Hiberia la que lo hace, empujada por el Sur por el continente africano. Lo que dará lugar al levantamiento del Macizo del Atlas que recorre El Magreb y cuyo verdadero nombre es Duris. El denominarlo Atlas es fruto de la ignorancia de los geógrafos griegos, obsesionados por aplicar al reducidísimo mundo que ellos conocieron, los nombres de lugares que les había legado la Antigüedad y que tan importante papel jugaban en todas las fábulas mitológicas.

 

Si como sesgadamente pretenden los autores de Europa Salvaje, la Península Hibérica hubiese formado parte de África, entonces la impresionante cordillera que se yergue sobre toda la fachada Norte de este continente, en su confluencia con España, no tendría ningún sentido. La única explicación de su eclosión es precisamente ésa: la de que se produjo una doble colisión, de África con Hiberia y de ésta con Europa. La peyorativa expresión francesa "África comienza en los Pirineos", es pues absolutamente inexacta. Por lo menos desde el punto de vista geológico... Como ese choque no se produjo a lo largo del resto del litoral norteafricano, de ahí el que las cadenas montañosas brillen por su ausencia en él. La cosa no puede ser más clara... y obvia.

 

 

 

La extinción de los dinosaurios

 

Aparece también en el documental al que me vengo refiriendo, el manido asunto de la extinción de los dinosaurios. Enigma que los sabios en la materia han despachado con una simpleza que produce pasmo, dando por sentado que la causa de ese exterminio fue el tan traído y llevado meteorito que cayó sobre el litoral centroamericano. Nunca podré comprender cómo la onda expansiva de ese espantoso choque acabó con los dinosaurios solamente y no con todas las formas de vida animal, terrestre, del planeta. Que habría sido lo lógico. Esa explicación me parece, pues, una auténtica estupidez que, ocioso es decirlo, no me creo en absoluto. Huelga decir, también, que en Europa Salvaje se da este hecho como una verdad científicamente probada. Lo que es totalmente falso. Otra mentira más. La prueba de que los dinosaurios no se extinguieron sino que evolucionaron, nos la ofrece el hecho de que  aves, reptiles y, sin duda, otras especies animales más, tienen su origen en ellos. Algún investigador ha apuntado, incluso, la posibilidad de que todos los antropoides seamos descendientes suyos, lo que no me parece absolutamente nada descabellado.

 

 

 

Los primeros Neanderthales

 

Como profundo ignorante que soy en la materia, no entro a cuestionar cuanto en el documental se dice sobre la formación geológica de Europa y sobre el porqué de los períodos glaciales, aunque el sentido común me indica que muchas de las cosas que se están proponiendo como verdades científicas a ese respecto, no lo son en absoluto. Como son, en este caso, rotundamente falsas, todas las dogmatizadas teorías hoy en boga respecto a la extinción casual y accidental de los primeros pobladores de Europa, los denominados hombres de Neanderthal. Tesis que suscribe y que da como probada el documental al que me vengo refiriendo, cuando lo único cierto y probado a este respecto es que los Neanderthales más antiguos aparecen en el Norte de España, primero en Atapuerca y más tarde en la asturiana Cueva del Sidrón [fig. 1]. Y que los más modernos, los últimos individuos conocidos de esta especie, están documentados en la propia Península Hibérica, aunque en este caso en el Sur, en Andalucía.

 

Cuando inicié mis investigaciones en el año 1984, era un dogma antropológico a escala universal que los Neanderthales eran nuestros antepasados directos y que nosotros éramos la consecuencia de la evolución de esa especie. Un desatino de proporciones catedralicias contra el que bramé en solitario durante años..., hasta que poco a poco todos los antropólogos del planeta han acabado suscribiendo mi tesis y negando ese parentesco. Sin embargo y siempre por puro sentido común (existen todavía hoy en el planeta Neanderthales puros), hacia 1990 maticé mis tesis iniciales y empecé a defender que había existido una hibridación entre Sapiens y Neanderthales y que los Europeos u Occidentales somos el fruto de ese cruce. Cruce que era inevitable en el momento en que se produce la colonización de Euroasia por los Sapiens o Cromagnones originarios del Norte de España, con partidas de hombres y mujeres en las que el fallecimiento de éstas por causa de los partos (principalmente) y de otras enfermedades, acabó abocando a aquellos colonizadores masculinos a recurrir a las hembras de las diferentes especies de homínidos, como único medio de satisfacer su desbocado apetito sexual. Como los conquistadores españoles en América, no tenían opción: o cruzarse o privarse. Ocioso es decir que la inmensa mayoría optó por lo primero y ocioso es decir, también, que esos cruzamientos prosperaron. La pervivencia de nítidos rasgos neanderthales en las facciones y en la anatomía de muchos hombres modernos, lo está proclamando a gritos [fig. 2]

 

Tras haber acabado suscribiendo mis tesis cuando negaba todo vínculo entre Sapiens y Neanderthales, la comunidad científica se instaló en esa idea y ha venido negando, desde entonces, que el cruce entre ambas especies hubiera llegado a materializarse. Lo que ha hecho que durante muchos años y salvo rarísimas excepciones, haya vuelto a encontrarme en solitario en la defensa de nuestro parentesco con esa familia de homínidos que es, en definitiva, la formada por los Neanderthales. Todo ello hasta que en el otoño del año 2006, diferentes estudios genéticos volvieran a darme aplastantemente la razón, al demostrar que efectivamente se produjo ese cruce entre nuestros antepasados directos y los neanderthales y que, coincidiendo plenamente con mis tesis al respecto, esa hibridación se había producido hace alrededor de 40.000 años. Es decir, en el momento en que se materializa la expansión del homo sapiens u hombre cantábrico por todo el planeta [fig. 3 y págs. 18, 22 y 42].

 

Ni una palabra se dice en Europa Salvaje respecto a que fuese España la cuna de los Neanderthales. Se ignora también la enorme cantidad de individuos de esa especie que parece haber poblado la Península Hibérica y que tan patente queda en los rasgos de muchos Españoles y, sobre todo, en su estatura, sensiblemente menor a medida que se avanza desde el Norte hacia el Sur de la Península. Está ampliamente documentado que todavía hasta época romana, las gentes del Norte de España, como los pueblos hermanos del Sur de Francia, se destacaban por su impresionante estatura, que tanto pavor producía entre los legionarios romanos y que coincide con uno de los rasgos más característicos de los primitivos Sapiens o Cromagnones...

 

 

 

El origen "africano" del Homo Sapiens

 

Al hilo justamente de la procedencia de los primeros Sapiens, los Arqueólogos y Antropólogos galos y anglosajones que han confeccionado el guión de Europa Salvaje, vuelven a mentir abiertamente y, por ende, a burlarse de los millones de personas que, con el ánimo de aprender, están viendo esa serie documental, al repetir la sandez tántas veces escuchada en estas últimas décadas, de que los primeros Homo Sapiens llegaron a Euroasia, desde África, hace alrededor de 40.000 años. ¿Cómo puede sostenerse semejante ESTUPIDEZ, cuando tanto por sus creaciones artísticas como por los análisis del ADN está abrumadoramente demostrado que los más antiguos Sapiens conocidos habitaron en el Norte de la Península Hibérica? ¿Cómo puede predicarse tamaña MAMARRACHADA cuando basta un coeficiente intelectual del 20% para entender que los Sapiens por antonomasia, que son los Europeos Occidentales, no pueden en modo alguno ser originarios del continente africano? ¿En qué cabeza humana cabe que unos negros africanos dotados de todos los rasgos faciales que les son característicos, iban a llegar a Europa hace cuarenta mil años y a convertirse, como por arte de birlibirloque, en individuos de piel rigurosamente blanca, ojos claros y cabellos rubios y pelirrojos, perdiendo al mismo tiempo en esa mágica metamorfosis el prognatismo, los arcos ciliares y la nariz ancha que tan característicos son de los negros africanos, así como de todas las especies homínidas que han poblado la Tierra, incluido el europeo y archihibérico hombre de Neanderthal? ¿A qué besugo ha podido ocurrírsele semejante despropósito, defendido hoy con verdadera pasión por el 99% de los antropólogos del planeta? ¿Acaso los sucesivos hallazgos de homínidos con millones de años de antigüedad no han probado ya hasta el hartazgo que esos rasgos a los que acabo de referirme se han mantenido constantes desde los más remotos fósiles de antropoides conocidos? Y si eso es así y sabemos, por consiguiente, que serían necesarios muchos millones de años para que esos rasgos y otros en la misma línea llegaran a alterarse, ¿cómo puede sostenerse desde una posición de racionalidad que unos negros africanos se convirtieron en Suecos de la noche a la mañana, apenas pisaron suelo europeo? ¿Se puede ser más necio de lo que con tamaños planteamientos están demostrando serlo cuantos década tras década y siguiendo la estela de Mr. Darwin se empecinan en querer convencernos de semejante aberración, ofendiendo a nuestra inteligencia al hacerlo? Aberración tanto mayor cuanto que todos los fósiles humanos que se vienen descubriendo en África, con antigüedades que oscilan entre los 150.000 y los 50.000 años, son un auténtico calco de los negros africanos actuales. Lo que demuestra que NO han evolucionado un ápice físicamente y que mantienen, constantes, los rasgos de sus antepasados. ¿Habrá alguien tan descerebrado como para pretender que los negros que permanecieron en África se quedaron tal cual, en tanto que los que, supuestamente, viajaron a Euroasia "mutaron" (sin duda por intervención divina) para convertirse en unos individuos que sólo en el blanco de los ojos se asemejan a sus supuestos ancestros africanos?

 

Invito a mis lectores a remitirse al Apéndice de este libro y a ilustrarse en él con una serie de gráficos, todos ellos rigurosamente científicos, que refrendan cuanto acabo de exponer y que ponen en escandalosa evidencia el fraude que se está perpetrando al hilo de nuestra pretendida ascendencia africana...

 

 

 

Al servicio del Poder

 

Que la idiotez domina el mundo actual lo sabemos todos aquellos que, muy a duras penas, vamos consiguiendo librarnos de ese contexto general de estupidez y de ausencia de honradez en el que se mueve la sociedad contemporánea, sometida al imperio de una clase política absolutamente impresentable, a cuyo abrigo medra una legión de paniaguados dispuestos a hacer y a decir lo que sea para poder seguir ordeñando las generosas ubres de los Presupuestos Públicos. Por eso y porque la consigna que hoy se ha impuesto a quienes quieran seguir bebiendo de las ubres del Poder es la de que no existen razas y que todos somos idénticos, se sigue predicando la memez de nuestro origen africano, en la misma medida que se procura enmudecer a quienes arremetemos contra tanta MENTIRA y contra tanta idiotez y llamamos a las cosas por su nombre, sometidos sólo al imperio de la RAZÓN. La búsqueda de la verdad, en todos los órdenes, es la que nos define como seres humanos y, por lo que a mí respecta, nada ni nadie conseguirá jamás que me aparte ni un milímetro de ese camino. Que es el único, por otra parte, que justifica plenamente el hecho de vivir.

 

La idiocia de quienes nos gobiernan ha confundido las cosas hasta el extremo de pretender que el hecho de desvelar la verdad sobre nuestros orígenes puede conducir a nuevos brotes de racismo, similares a los tristísimos que ha conocido la Historia reciente y que están en la mente de todos. Nada más alejado de la realidad, por cuanto lo que de mis investigaciones se desprende es que todos los habitantes del planeta estamos mezclados, en mayor o menor proporción, con las distintas familias de homínidos que han poblado la Tierra. Los Euro-Indios con aquellos a los que llamamos Neanderthales, los Africanos con aquellos a los que conocemos como Erectus y los Asiáticos Orientales con otra familia distinta de Erectus, que medró en el extremo oriental del continente euroasiático, allí donde las oleadas migratorias de hombres occidentales o sapiens llegaron en muy escasa medida. ¿Qué racismo cabe cuando lo que se está diciendo es que aquella raza pura con la que soñaban los Nazis es algo que pasó a la Historia hace decenas de miles de años, una vez que la primera gran diáspora de la Humanidad obligó a los primeros Sapiens a cruzarse con las hembras de todas las numerosas familias de homínidos que poblaban la Tierra? ¿Qué racismo cabe cuando, yendo todavía más lejos, se apunta la firmísima posibilidad de que todas las razas del planeta -incluida la de piel negra- hayan tenido su raíz en un mismo lugar, habiendo conocido evoluciones o involuciones diferentes en las diferentes regiones del globo por las que se diseminaron?

 

Lo de la raza pura de los Germanos era tan rabiosamente estúpido como el concepto de raza única que quienes nos gobiernan están tratando de imponernos y que explica el porqué de que la mayor parte de los antropólogos del planeta -que, no se olvide este dato, viven (y muy bien, por cierto) de los presupuestos estatales- siguen defendiendo desatinos como los que vengo denunciando.

 

En suma, que unas veces se miente para conservar el estatus y el modus vivendi... y, otras, como en el asunto con el que cierro este comentario, por mor de este nefando espíritu nacionalista que, aunque parezca mentira, sigue presente en el comportamiento de las que se pretenden las naciones más civilizadas del orbe. Por eso y cuando los estudios genéticos a partir del ADN han probado ya, abrumadoramente también, mis viejas tesis respecto al poblamiento de las Islas Británicas por gentes originarias del Norte de España, los investigadores que han realizado el documental que protagoniza estas líneas, han corrido un tupido velo sobre ese hecho y, al abordar este asunto, se han limitado a decir que las gentes que repoblaron las Islas Británicas después del último período glacial... "llegaron a través de las costas atlánticas". Cualquier cosa menos reconocer lo que la Genética ha probado en Septiembre 2006: que todos los Británicos proceden del Norte de España. Más concretamente, del Cantábrico central y oriental. Exactamente lo mismo que he sido el primero en defender desde el año 1984 y que en Febrero de 1988 demostré en una conferencia celebrada en el Instituto de España de la ciudad de Londres [figs. 4, 5 y 6].