Sesenta y un años del final de la Segunda Guerra Mundial:

 

¿Cuándo se hará justicia a los centenares de miles de víctimas inocentes de Dresde, Hiroshima y Nagasaki?

 

SOBIBOR fue, tristemente, uno de los hitos fundamentales de la abominable y desquiciada labor de exterminio emprendida por los Nazis germanos contra los Judíos europeos, principalmente Húngaros y Polacos. Un topónimo por demás ilustre, para designar a un lugar en el que 250.000 mujeres, hombres y niños perdieron la vida, bestialmente asesinados con gas en las duchas en las que, supuestamente, iban a ser desinfectados para evitar que contrajeran el tifus... Una extraordinaria película, La fuga de Sobibor, lo recuerda, a la vez que pone en evidencia los niveles de crueldad y de irracionalidad que ha llegado a alcanzar la Humanidad, en muchas más ocasiones de lo que podemos imaginar.

 

Lo de los Nazis es sólo un episodio más de una historia que viene escribiéndose desde tiempos inmemoriales y sobre la que los Imperios Romano y Británico tienen mucho que contar. Porque si lo de Sobibor y otros campos de exterminio alemanes fue una salvajada sin nombre, el sañudo y gratuito bombardeo de Dresde por los pilotos de la R.A.F., sin otra finalidad que la de masacrar a la indefensa población civil, o las dos bombas atómicas lanzadas por la filial estadounidense sobre Hiroshima y Nagasaki, cuando la guerra ya estaba ganada y se sabía al enemigo nipón dispuesto a rendirse, no les van a la zaga. Y el pretexto de que se lanzaron éstas para amedrentar a Stalin no nos sirve de nada, porque podría haberse efectuado esa demostración en otro lugar y sin que sus destinatarios y víctimas fueran, una vez más, personas indefensas e inocentes.

 

En este sentido y aunque jamás he oído que nadie apunte esta sugerencia que, por primera vez, va a leerse en estas líneas, entiendo que la Segunda Guerra Mundial no se habrá cerrado y saldado de una forma justa y digna hasta que el Presidente americano Harry Truman y el Alto Mando británico que decidió reducir a escombros la ciudad de Dresde, enterrando o calcinando a buena parte de sus habitantes, sean juzgados y declarados criminales de guerra a título póstumo, con el fin de que sus nombres sean recordados, con vergüenza, a lo largo de toda la Historia.

 

Siento todos estos hechos con una especial sensibilidad, porque nací poco después de que se realizase ese bombardeo y a los nueve días de que la primera bomba atómica cayese sobre Hiroshima. Y lo siento, también y sobre todo, por que hechos como éstos avergüenzan a toda la Humanidad, resultando repugnante la impunidad en que han quedado, simplemente porque sus responsables se integran en las naciones que ganaron la Guerra. Lo que quiere decir que el grado de criminalidad de un asesino está en función de que se encuentre en el bando de los ganadores o de los perdedores de una guerra... Los responsables de los tres bombardeos citados merecen el calificativo de criminales de guerra, porque las acciones por ellos ordenadas alcanzaron unos niveles de destrucción y de crueldad jamás alcanzados por la Humanidad en toda su historia, salvo en los casos ya mencionados de los campos de exterminio nazis.

 

Inicio con estas líneas una campaña para conseguir que se haga justicia al fin y que no queden impunes los crímenes de quienes en el desenlace de la Segunda Guerra Mundial propiciaron el exterminio absolutamente gratuito de centenares de miles de personas.

 

Jorge Mª Ribero Meneses