La odisea de la especie compite con El planeta de los simios

 

 

 

Persuadida de que está prestando un impagable servicio público, la televisión pública española -TVE - viene castigando a la audiencia de todo el país con la emisión de un supuesto documental científico concebido y dirigido por una camarilla de antropólogos de ínfima categoría científica y menor aún categoría intelectual. Individuos que merced a la forma irracional como hoy se desenvuelven las cosas de la Cultura en Europa, sometida al imperio de la clase política, han conseguido hacerse con el dominio y con el control del cotarro antropológico y viven a cuerpo de rey, revestidos de una aureola de sabiduría que la ignorancia ambiental les reconoce, dedicados con infatigable laboriosidad a escribir libros y a producir documentales de divulgación científica que constituyen un oprobio para la inteligencia, un insulto para el conjunto del género humano y una de las más portentosas exhibiciones de necedad que yo haya presenciado a lo largo de mi ya extensa vida.

 

Hace muchos años que mi querido y admirado José María de Areilza, que ostentó todo tipo de cargos y dignidades al más alto nivel posible y que consiguió la proeza de ser nombrado Presidente del Consejo de Europa, en unos años -los del franquismo- en que España era contemplada por Europa con el más olímpico de los desprecios, me hizo llegar un recorte de prensa al que acompañaba una tarjeta suya. Y antes de continuar y para aquellos a quienes no diga nada el nombre de Areilza, diré, simplemente, que fue uno de los Españoles con mayor nivel intelectual de todo el siglo XX. Si dijera que el más inteligente de todos, no exageraría lo más mínimo. Aunque no lo diré, porque no puedo ni debo olvidar a Salvador de Madariaga, Ramón y Cajal o, a bastante distancia y entre otros, Ortega y Gasset y Julio Cejador.

 

El caso es que el suelto que Areilza me remitía y que evidentemente conservo, versaba sobre la enésima y profundamente estúpida teoría acuñada por un conocido antropólogo francés, que trataba de explicar el porqué de la eclosión de la inteligencia humana, a partir de la influencia que se pretende tuvieron en nosotros las piedras a las que recurrimos, en nuestra infancia intelectual, a modo de armas y de herramientas. Como si no resultase bastante obvio que el recurso a esos útiles fue consecuencia del alto nivel de raciocinio que ya poseíamos... y no a la inversa. Bien, pues a lo que iba; el caso es que la nota de Areilza iba acompañada de un comentario manuscrito suyo en el que venía a decirme: Mire usted la cara de primate que tiene el autor de esta nueva teoría sobre nuestros orígenes. Y efectivamente la tenía. Bueno, la tenía y la tiene porque el patético personaje en cuestión todavía colea y para desgracia de todos, ha formado equipo con un español de su misma especie y parecidos rasgos protohumanoides. Ambos manejan, en buena medida, el cotarro antropológico a escala europea y ocioso es decir a qué altísimos niveles se mueve éste, capitaneado por personajes de tan subterráneo nivel intelectual e inexistente categoría científica.

 

¿Saben ustedes quién era el personaje que protagonizaba la noticia que Areilza me remitió, abrumado como yo por la cantidad ingente de idioteces que los antropólogos contemporáneos vienen alumbrando en relación con el origen de nuestra especie? Pues nada más y nada menos que el director de ese auténtico bodrio que bajo la etiqueta de documental científico y con un desorbitante coste vienen patrocinando las televisiones públicas europeas. Es decir que se utiliza el dinero de todos para dar difusión a las sandeces que les vienen a la cabeza a esa deplorable camarilla de científicos que, insisto, constituyen un insulto para la inteligencia humana y una losa para el desarrollo intelectual del conjunto de la sociedad. Porque, ¿qué se puede esperar de una colectividad sometida al dogmático e incuestionable dictado de tan cretinos maestros? El protagonista de la nota de Areilza se llama Yves Coppens o algo parecido, porque les confieso que no estoy dispuesto a perder ni un segundo en verificar la ortografía correcta del nombre de este individuo, modelo y espejo de necios, azote para cualquier intelecto bien construido y dignísimo representante de una sociedad como la actual a la que el consumo desorbitado de la televisión (de la peor televisión posible) está conduciendo a unos niveles de ignorancia próximos a los de la Edad Media. Nivel fácilmente constatable en la enorme cantidad de bazofia que, en forma de películas, se exhiben en los cines y, sobre todo, a través de todas las cadenas de televisión, enfrentadas en una dura competencia para ver quien es capaz de emitir más basura en el menor tiempo posible.

 

No descubro nada si digo que la maldita Televisión -que bien concebida podría habernos conducido a la época de mayor apogeo cultural de la historia de la Humanidad-, es la principal responsable de la auténtica hecatombe cultural que está conociendo el continente europeo, muy en particular, en el decurso de las últimas décadas y que la clase política, entretenida en su obsesiva y permanente lucha para hacerse con el poder o para perpetuarse en él, viene contemplando con displicente indiferencia. Mientras a ellos les sigan votando, ya se puede hundir el mundo. Amén de que -sé que es un tópico pero, lamentablemente, es una verdad como un templo- todos sabemos bien lo fácil que es gobernar una sociedad de auténticos borregos y lo dificilísimo que resulta cuando deben llevarse las riendas de una comunidad verdaderamente culta y, por ende, extraordinariamente exigente con aquellos que la administran y representan. De ahí el que, salvo rarísimas excepciones, la mayor parte de las naciones hayan perseguido la inteligencia como si de la mismísima peste se tratase, en la misma medida en que han fomentado todo aquello que podía contribuir a idiotizar al pueblo. Basta un mínimo conocimiento de la Historia para constatar este fenómeno, que si hasta hace cuatro días tuvo como principalísima protagonista a la Religión, hoy, tras haberse iniciado la imparable e irreversible agonía de ésta, tiene como estrella indiscutible a la Televisión. Y de ahí el irrefrenable afán de todos los centros de poder por hacerse con el control de ésta... o, a una escala muy distinta, el empeño de todos los personajillos que pululan por la escena social, por estar permanentemente presentes en ella. Por mor de aquel axioma tan machaconamente repetido, que establece que... lo que no sale en televisión, no existe.

 

El antropólogo francés de marras y su colega español Juan Luis Arsuaga, tienen absolutamente claro que el camino que conduce a la colonización intelectual de la sociedad pasa necesariamente por las pantallas de los televisores. De ahí su empeño por aparecer en ellas un día sí y otro también, así como el afán por producir documentales como ése que bajo el título de La odisea de la especie, me ha determinado a escribir estas justamente indignadas líneas. Porque estos señores se han propuesto pasar a la Historia como los descifradores del origen del ser humano y, absolutamente incapaces de materializar ese ideal con su trabajo intelectual y su sacrificada dedicación a la investigación científica digna de tal nombre, están convencidos de que van a lograrlo a través de la televisión, consiguiendo que todo el planeta dé por buenas todas las mamarrachadas que alumbran sus cerebros y que estos infaustos personajes siembran a diario a través de todos los medios de comunicación y muy especialmente del antedicho.

 

En vez de La odisea de la especie, que emula la inolvidable La odisea del espacio, deberían titular esa escoria cinematográfica como El planeta de los simios II. Porque parece producido por tales y porque nos pinta como primates a los seres humanos, fieles sus realizadores a aquel viejo dicho castellano que sentencia: Piensa el ladrón que todos son de su condición... ¡Señores, ya está bien de tomarnos a todos por imbéciles! ¡Ya está bien de servirle a la sociedad como hechos científicos probados e inamovibles, lo que sólo son burdas especulaciones suyas, carentes de todo refrendo científico y, lo que aún es más grave, huérfanas de la menor verosimilitud! Como cuando nos pintan a los Neanderthales como seres inteligentísimos que enseñaron un montón de cosas a los Sapiens, descritos por estos mamarrachos como unos auténticos salvajes. Pero hombre, ¿cómo se pueden sostener, seriamente, idioteces semejantes? ¡Claro!, por eso se extinguieron los Neanderthales en el momento en que, de 40 a 50 mil años para acá, se produjo la dispersión de los Sapiens por todo el planeta. ¿No es meridianamente obvio que si tan inteligentes hubieran sido, habrían conseguido sobrevivir e, incluso, sobreponerse a nuestros antepasados? ¿O es que, caso único en la historia de la evolución animal, pretenden ustedes convencernos de que la especie menos dotada se impuso a la que mayor bagaje y fuerza poseía? Naturalmente, como saben que su desquiciada hipótesis falla por su base, tienen que recurrir a su delirante imaginación para encontrar respuestas. Y entonces van y nos salen con la bobada de que... los Neanderthales se extinguieron porque padecían un misterioso mal que les hacía sangrar por la nariz. ¡Pero cuánta chorrada, vive Dios! Esos homínidos a los que llamamos Neanderthales se extinguieron, sencillamente, porque el hombre los exterminó. Del mismo modo que los Anglosajones y en mucha menor medida los Españoles, nos cargamos a la práctica totalidad de la población indígena de la enorme Norteamérica... Del mismo modo que los propios Anglosajones y muy en particular los Británicos, se cargaron a no sé cuántos millones de indígenas que poblaban Australia y que, por cierto y como al fin empieza a reconocerse, eran Neanderthales químicamente puros. Evidencia que hace muchísimos años fui el primero en poner de manifiesto. Del mismo modo que he sido el primer investigador que he sostenido y sigo sosteniendo que la totalidad de la población asiática es hija del cruce de los Homo Sapiens originarios del Occidente de Europa con los homínidos -los llaman Erectus- que poblaban dicho continente cuando, en las fechas señaladas, se produjo la primera oleada de Sapiens europeos. Esta vieja tesis mía, que los señores Arsuaga y Coppens han PLAGIADO después de haber sido desoída durante mucho tiempo, se hizo deslumbrantemente cierta cuando se descubrió que los últimos erectus de la isla de Java eran más MODERNOS que los primeros Sapiens que llegaron a esas islas. Lo que hacía añicos el antiguo dogma, combatido feroz y solitariamente por mí desde hace veintidós años, de que el Homo Sapiens era fruto de la evolución de los Neanderthales, siendo éstos, a su vez, descendientes de los Erectus. Pues bien, esta patochada, que hoy avergonzaría al más ignorante, ha sido un dogma de fe antropológico hasta ayer mismo, sostenido y defendido por todos los especialistas en la materia. Los señores Coppens y Arsuaga incluidos. Hoy prefieren olvidarse de ello. Como dentro de cuatro días se verán obligados a olvidar las miles de veces que han escrito y repetido, a los cuatro vientos, la insensatez de que el Homo Sapiens es originario de África. Monumental disparate concebido por el señor Charles Darwin y que con mansueta y estólida docilidad vienen repitiendo los expertos en la cosa antropológica desde hace más de un siglo. Cuando un elemental ejercicio de razonamiento, que he realizado ampliamente en varias de mis obras, demuestra categóricamente la imposibilidad de esa pretendida filiación africana.

 

Como vengo repitiendo desde hace veinte años, si en África se han descubierto más restos de homínidos (que no de Sapiens, que allí brillan por su ausencia) que en el resto del mundo, es porque, debido precisamente al cegato señor Darwin, es en ese continente en donde más se ha excavado, con enorme diferencia sobre los demás salvedad hecha de Palestina... Porque por razones que todos mis lectores entenderán con facilidad, las tres principales religiones del planeta han tenido todo el interés del mundo en rastrear en esa región, que es más moderna que el plástico, las huellas de nuestros primeros antepasados y de las primeras civilizaciones de la Tierra. En ambos casos, con catastróficos resultados, por cuanto ni ha aparecido ni rastro de aquéllos, ni tampoco huella alguna de éstas. Salvo que seamos tan absolutamente idiotas como para reconocer como primeras civilizaciones a Assiria, Babilonia o Egipto, cuando casi 40.000 años antes de que ellas naciesen, existía ya en el Norte de España una civilización paleolítica prodigiosa que, amén de excelsas reliquias artísticas pintadas, grabadas o talladas, nos ha legado la PRIMERA MANIFESTACIÓN DE ESCRITURA conocida, precedente directísimo e incuestionable de las escrituras griega, latina, fenicia, hebrea...

 

La Península Hibérica (¡que no Ibérica!) se halla virtualmente virgen a efectos arqueológicos. Sólo se ha realizado una excavación de auténtica envergadura, en la burgalesa Atapuerca y ya conocen ustedes los resultados: vestigios de la existencia humana durante más de un MILLÓN de años ininterrumpidos. Algo que no se ha descubierto, ni se descubrirá, en lugar alguno del planeta. Porque evidencias de esta magnitud sólo pueden aparecer en el lugar en el que el ser humano tuvo su verdadera cuna. Y añado que mis tesis sobre la filiación hibérica del Homo Sapiens, son anteriores en cuatro años a los primeros descubrimientos significativos en Atapuerca.

 

Por otra parte y más recientemente, un vertedero de basura próximo a la catalana montaña de Mont Serrat, ha empezado a proporcionar restos de unos antropoides de hasta 14 MILLONES de años, que parecen ser los antepasados comunes de simios y de humanos. Y por consiguiente, los antepasados de los primates africanos de los que el señor Darwin nos quiso hacer descendientes. Porque en ese continente no se han encontrado restos fósiles de tamaña antigüedad. Lo que quiere decir que apenas se rascan con una mínima seriedad y profundidad los suelos de Hiberia, aparecen las pruebas de esa primogenitura sobre nuestra especie que para escándalo de todos anuncié en los años 1984 / 85. Como anuncié y he venido defendiendo una serie de hechos que sucesivos descubrimientos no dejan de refrendar. Como, por ejemplo, el de la sistemática cohabitación de los primeros colonizadores netamente humanos con las hembras de las distintas familias de homínidos distribuidas por todo el planeta. Tesis que he mantenido en solitario y que ha sido asumida e introducida en La odisea de la especie.

 

Sigan ustedes plagiando, en unos casos, y desbarrando en casi todos, señores Arsuaga y Coppens. Sigan ustedes por ese camino que algún día descubrirán que eso de salir en televisión todos los días no sirve para nada, porque por mucho que se repita una mentira y por muchos que comulguen con ella, no acaba convirtiéndose en verdad. Y si no, que se lo pregunten a los rectores de todas las religiones de la Tierra y, muy en particular, a los de las mayoritarias: después de haber mantenido en la ignorancia a todos sus fieles por espacio de miles de años, embaucados con mil y una patrañas que son mitología químicamente pura, se enfrentan ahora a la aterradora realidad que supone contemplar cómo el imparable progreso del conocimiento echa absolutamente por tierra todas esas creencias, produciendo una desbandada general entre los incondicionales de toda la vida y abocando a acabar dejando completamente desiertas, en primera instancia las iglesias y las sinagogas y, más tarde, indefectiblemente, todas las mezquitas.

 

Tuvieron todo el poder y lo usaron a conciencia para manipular y engañar a la sociedad. Y ustedes, ahora y en su terreno, les imitan. Se han inventado una interpretación para primates del origen de la Humanidad y nos castigan a diario con ella desde esos nuevos y mucho más temibles púlpitos que son las cámaras de televisión, convencidos de que mientras tengan a la clase política en el bolsillo podrán seguir propalando los frutos de su miseria intelectual a escala planetaria. Sigan ustedes por ese camino, pero tengan la seguridad de que el tiempo acabará poniendo las cosas en su sitio y de que esa posteridad de la que tanto esperan, sólo recordará sus nombres para ponerles como paradigma de hasta qué extremos inauditos puede llegar la estupidez... y la ambición humanas.

 

Jorge Mª Ribero-Meneses