(Nota:
Hiberia se escribía con h. Yo me
mantengo fiel a su genuina ortografía)
I.
En un principio parecía una locura: la Cuna de
la Humanidad en España. En un país tenido por modernísimo
y al que, por no valorar, ni siquiera concedían mayor importancia los propios
Españoles. Porque aunque es cierto que la Península Hibérica
posee un impresionante acervo cultural, nada de cuanto en ella ha florecido ha
sido reconocido como obra original de sus naturales. Porque todo, absolutamente
todo cuanto distingue a Hiberia =
Hispania, ora procedía de fuera ora había surgido al calor de
influencias foráneas. Ya se tratase de su Arte, ya de su Lenguaje, ya de sus
tradiciones, ya de su propia Historia, mero remedo o consecuencia de la
historia de otros pueblos de mayor enjundia. Que es así como España se
ha pasado los últimos dos milenios postrada a los pies de Roma,
del Islam, de los países del "Paraíso" asiático,
de Fenicia, de Palestina, de los Godos,
de los Franceses y, a la postre, de sus hijos al tiempo que tiranos
los Anglosajones...
Porque
todos nuestros viejos puentes y calzadas son romanos, al igual
que nuestras lenguas, nuestras leyes o nuestras ciudades. Y debíamos a los Árabes
desde nuestros regadíos a algunos de nuestros monumentos más señeros, amén de
multitud de palabras castellanas y de la introducción de la vid y el olivo...
Una aportación que otros les atribuían a los Romanos. De las antiguas Babilonia
y Mesopotamia nos habían llegado la Civilización, los monumentos
megalíticos, la fundición de metales y hasta nuestros viejos pobladores Cromagnones y Neanderthales.
Y de Fenicia el alfabeto y hasta, tal vez, nuestra pericia como
navegantes. Por otra parte, de Palestina procedían todas nuestras
creencias religiosas, así como todos esos millones de Hebreos que
en tan gran medida han contribuido a construir y a engrandecer el solar hibérico. Y en cuanto a los Godos, no sólo
habían puesto los cimientos de nuestra monarquía sino que nos habían legado uno de nuestros más singulares y hermosos estilos
arquitectónicos: el arte visigótico. Los Franceses, por su
parte, habían sido poco menos que nuestros educadores, siendo creación
suya desde el Camino de Santiago hasta nuestros monumentos románicos y
góticos, pasando por una parte de nuestra gastronomía y, por supuesto, una
porción importante de nuestro vocabulario. Hasta nuestro Arte Rupestre era hijo
del descubierto en el sur de Francia. Y por último, y respecto a África,
de ese continente procederían las lenguas hibera
y baska, así como el propio pueblo euskaldún, reconocido por otros como de
estirpe caucásica. Y algo más atrás, de África habrían llegado a nuestro
suelo sus primeros pobladores, empezando por el homo antecessor
de Atapuerca. A pesar de que sea éste
el único homínido descubierto en el mundo que muestra un nítido parentesco con
el hombre moderno o sapiens...
Contra
todo ese estado de opinión, contra todos esos dogmas idio-científicos,
contra todas esas idioteces, contra todo ese dislate monumental
que ha sido -y es- la interpretación de los orígenes de España y de la Historia,
vine a levantarme sin pretenderlo cuando en la madrugada del día 19 de Abril
de 1984 (y en el curso de mis estudios sobre el origen de los Judíos
españoles) caí en la cuenta de que la Historia había sucedido al revés
de como nos la habían contado y que la Península Hibérica,
lejos de ser una especie de culo de saco en el que habían ido
depositándose los desperdicios de todos los pueblos de la Tierra, había
sido, muy al contrario, el crisol de todos ellos al tiempo que la matriz
incontrovertible de la Civilización.
Sin
importarme lo más mínimo las consecuencias de una decisión que en un país acomplejado
como España y tratándose de un asunto de tamaña magnitud, resultaba punto menos
que suicida, decidí consagrar el resto de mi vida a reconstruir
la verdadera historia de nuestros orígenes, dispuesto a enfrentarme a todos los
científicos del planeta si ello fuera necesario. Como en efecto lo ha
sido, cabiéndome el orgullo de haber rebatido y rectificado desde entonces a
infinidad de ellos, sin que hasta la fecha haya habido nadie capaz de desmontar
o desautorizar ni una sola de mis tesis. Cosa que sí he hecho yo mismo, por
el contrario, al no cesar de evolucionar y, por ende de pulir, matizar y
consolidar mis tesis a lo largo de los ya casi 25 años transcurridos.
II.
Tras unos primeros años en los que no se produjo ni
una sola confirmación científica, ajena, a mi revolucionaria revisión de los
orígenes de la Humanidad, a partir del año 1991 comenzó a producirse un
goteo de corroboraciones que no ha cesado de incrementarse desde entonces y
que, sobre todo a partir de 1999 adquirió ya el carácter de lluvia
torrencial. Y es que, alertada la comunidad científica internacional de la
excepcional importancia de la Prehistoria hibérica,
han sido numerosos los investigadores de todo el mundo que no sólo han empezado
a tenerla muy en cuenta en sus estudios sino que han llegado incluso a intuir
que la tan buscada Cuna de la Humanidad africana, estuvo ubicada
en realidad en España. Lo que viene a hacer buenos los títulos de mis
tres primeros libros sobre esta materia, publicados -ante el escándalo general-
en los años 1984 y 1985: Iberia, cuna de la
Humanidad / Cantabria, cuna de la Humanidad / Los
orígenes ibéricos de la Humanidad. Tres libros a los que más tarde han
sucedido noventa más, así como centenares de artículos periodísticos y
científicos en los que he ido desarrollando todas y cada una de las infinitas
derivaciones de un asunto sencillamente inabarcable y que requerirá del
concurso de muchas generaciones de científicos para llegar a verse
relativamente completado. Pero lo importante era dar el primer paso, así como alertar
a todos respecto a la posibilidad, jamás contemplada, de que Hiberia hubiese engendrado a los primeros seres
humanos. Todo lo demás irá viniendo por añadidura porque, como suelo decir, una
vez que alguien ha puesto al descubierto una verdad y ha conseguido
desarrollarla y que trascienda públicamente, ya no existe fuerza en el mundo
capaz de enterrarla y de frenar el impacto que ese descubrimiento produce en un
sector, el más lúcido, de la sociedad. Máxime en una época como la presente en
la que el conocimiento y la información viajan de un extremo a otro del globo
con celeridad y facilidad inusitadas.
El
divulgador científico George Constable, puso
el dedo en la llaga de estas materias con estas lúcidas palabras: Durante
la época de apogeo de los Neanderthales, los más
antiguos hombres verdaderos vivían ya en algún lugar desconocido de la Tierra.
Y ello, piensan algunos antropólogos, tal vez desde hace millones de años.
Hasta que hace unos cien mil años los genuinos seres humanos saltaron a la
escena evolutiva, bien sea matando a los hombres bestias, bien dejando que
perecieran por su propia ineptitud. Pero si el hombre moderno existía desde
hacía tanto tiempo, ¿dónde estaba oculto?
Bueno,
pues ésta es la pregunta que mi cuarto de siglo de investigaciones
multidisciplinares ha contestado más que cumplidamente: ese lugar fue el Norte
de España y muy particularmente la Costa Cantábrica, en el sector
comprendido entre los Picos de Europa, en Asturias y el Cabo
Matxitxako, en Bizkaya.
En unas ISLAS existentes en ese tramo de Costa hasta el desenlace de la
última glaciación hace en torno a 12.000 años, floreció la primera
Civilización del planeta, recordada en multitud de remotos testimonios
históricos entre los que, por pura ignorancia, el único conocido y citado es el
aportado por Platón en sus Diálogos y en el que conoce a ese Primer
Mundo como Atlantis o Atlántida, cuando sus
nombres más extendidos y genuinos fueron ESKITIA y HESPERIA,
nombre helénico este último de la Península Hibérica.
Y esa misma Cultura madre de la Humanidad fue aquella que también
respondió a los nombres de TÁRTAROS o TARTESSOS,
extrapolados como el de la Atlántida al Sur de España, por mor de
la colosal ignorancia geográfica de los historiadores clásicos y de su empeño
por cohonestar las más viejas noticias históricas con el mundo mediterráneo que
les era relativamente conocido. De ahí nació el dislate de denominar Atlas
a la Cordillera norteafricana, que jamás había respondido a tal nombre... O de
confundir a las Islas Canarias con las Islas Afortunadas...,
que era el propio Archipiélago de la Atlántida... O el de
ubicar las Columnas de Hérkules en el
Estrecho de Gibraltar, cuando ya autores de la talla de Heródoto
o de Aristóteles habían dejado escrito que se alzaban en algún lugar del
Norte de España...
¿Cuáles
son los vestigios que el Litoral Cantábrico conserva de aquella primera
Civilización de la Historia? La respuesta es obvia: el Arte Rupestre.
Que es lo único que ha sobrevivido, merced a que su carácter subterráneo
y oculto le ha salvado de la permanente labor de destrucción a la que el Patrimonio
Arqueológico se ha visto y sigue viéndose abocado en España, víctima unas
veces de gentes llegadas de fuera y, siempre, de la insaciable ansia
depredadora de los naturales del país. Que lo diga, si no, la propia Cueva
de Atapuerca, expoliada durante siglos por las
gentes del lugar y hasta por los propios Burgaleses...
El
Arte Rupestre Cantábrico, que no por azar constituye el Primer Arte
de la Humanidad, supone tanto por su profusión como por la cima
artística alcanzada, la prueba viva y tangible de que la primera
Civilización de la Tierra floreció a orillas del Cantábrico. Dicho con
otras palabras, fueron los Hesperios-Atlantes-Tartesios-Escitas
quienes pintaron Altamira, El Pindal, La Garma,
El Pendo, Santimamiñe, Ekain,
Candamo o Tito Bustillo o modelaron el prodigioso
complejo troglodítico del Monte Castillo de Puente Viesgo. El cataclismo que puso fin a aquella
Civilización hace entre 10 y 12.000 años, arruinó para siempre aquel
fecundísimo y pujante Mundo Primigenio, desplazándose sus supervivientes
en todas direcciones, América incluida, en busca de zonas más protegidas
y seguras. Y es justo a partir de ese momento en que comienzan a despuntar los
primeros indicios de Civilización en Egipto, Babilonia, Persia, Grecia...,
o el propio Levante hibérico, preñado de pinturas
rupestres que tienen esa edad y que son una verdadera caricatura, como las
de Egipto, el Norte de África y otros lugares, de las creadas por
los Pueblos Cantábricos antes de la consunción de su mundo. De todo lo
cual hablo en los dos volúmenes de mi último libro, de próxima publicación, en
el que puedo señalar, al fin, el punto exacto de la Costa Cantábrica en
el que las ya casi míticas Islas Atlantes yacen sumergidas...,
tras el terremoto que las abismó en los fondos abisales del antiguo Occéano Occidental o Cantábrico,
también denominado, por cierto, Mar GRIEGO. Así lo documenta hace
cuatro siglos un cartógrafo inglés: Robert Dudley.
Por lo mismo que otros viejos mapas como el de Opicinus
de Canistris, del siglo XIV, confirman mi vieja
tesis de que la primera ARMENIA fue la propia Península Hibérica. Lo que permite entender por qué las más
viejas fuentes históricas localizan en Armenia la Cuna de la
Humanidad...
III.
Para comprender la forma como se produjo la
colonización del planeta por los hombres racionales originarios del Norte de
España, nada mejor que tener presentes las gestas protagonizadas por los
propios Españoles en su conquista de las tierras americanas. Proezas
jamás igualadas como aquella que supuso el final del Imperio Inka (que no el exterminio de este pueblo, numerosísimo
todavía hoy y que conserva su maravillosa lengua). La batalla que puso fin a
ese Imperio y a su guerra contra los conquistadores, enfrentó a 100.000
Inkas contra 200 soldados españoles a
caballo. Vencieron los Españoles. Y en este caso el enfrentamiento se producía
entre hombres racionales, entre iguales. Entre un imperio europeo y un imperio
americano que poseía una extraordinaria cultura.
IV.
Dos apostillas fundamentales:
No
existen razas superiores sino individuos superiores y éstos pueden darse en
cualesquiera de las razas, siendo el deber inexcusable de todos los seres
humanos el aspirar a convertirse en uno de esos seres superiores, mediante la
búsqueda permanente de la perfección y de la excelencia. No son los colores de
la piel sino los colores del espíritu, los únicos que deben importar y
ser tenidos en cuenta en la valoración de las personas.
El
nivel de inteligencia de todos los integrantes del reino animal, incluyendo,
naturalmente, al ser humano, se mide por su espíritu constructivo y
creativo, por su tendencia a la perfección y a la belleza, por su grado de
solidaridad y de ausencia de egoísmo y, sobre todo, por su capacidad para hacer
fácil lo que es difícil y para no complicar innecesariamente lo que es sencillo.
Y en el caso concreto del ser humano, además, por su irrenunciable afán por
conocer y conquistar la VERDAD.
V.
Como genialmente escribiera Santiago Ramón y Cajal:
Repoblar los montes y poblar las inteligencias constituyen los dos ideales que
debe perseguir España para fomentar la riqueza y alcanzar el respeto de las
Naciones... Mi fe en España me impulsó a investigar, para evitar que
España siga haciendo el ridículo en la gran liga geopolítica de la Ciencia...
Pocos
serán los que, habiendo inaugurado con alguna fortuna sus exploraciones
científicas, no se hayan visto obligados a quebrantar y disminuir algo el pedestal
de algún ídolo histórico o contemporáneo. A guisa de ejemplos clásicos
recordemos a Galileo refutando a Aristóteles en lo tocante a la gravitación; a
Copérnico arruinando el sistema del mundo de Ptolomeo;
a Lavoisier reduciendo a la nada la concepción de Stalh
acerca del flogístico...
(Phi:
Artículo base publicado el domingo 5 de octubre de 2008 en el Diario de Burgos,
por D. R. Pérez Barredo, con imágenes de la
exposición “Nuestra civilización antes de Roma”)